Jirones del alma

Por Claudia Álamo, premio Raquel Correa 2022

Había llegado a vivir a Buenos Aires. Quería ser periodista. Por razones de la vida -que no viene al caso contar-, me fui a estudiar a esa ciudad llena de luces y olor a tango. Pero Buenos Aires también tenía olor a libros. 

Mientras me acomodaba en esa nueva vida, recorría las antiguas librerías de calle Corrientes. Ahí, en esos pasillos tapizados de libros, encontré muchos tesoros. Uno de ellos fue “Entrevistas con la Historia” de Oriana Fallaci. En su prologo decía: “Yo no me siento, ni lograré jamás sentirme, un frío registrador de lo que escucho y veo. Sobre toda experiencia profesional dejo jirones del alma, participo con aquel a quien escucho”. 

Esa frase me quedó dando vueltas: ¿Qué significaba dejar jirones del alma en una entrevista? ¿Esforzarse al máximo para hacer de ese momento periodístico la mejor indagación posible? ¿Estrujar la conversación y no retirarse hasta que ya no quede ni una pregunta viva? ¿Escuchar al otro con máxima atención para entrar con la pregunta en el momento exacto? 

Con los años he ido aprendiendo que es todo eso junto. Porque la entrevista periodística tiene un objetivo: la información; revelar al otro. Y eso requiere poner todos los esfuerzos en juego.

Ese otro puede ser un Presidente o Presidenta; una figura que ha subido a la cumbre, una persona que viene abajo en la rodada. Otro que tiene una historia para desenfundar  o una noticia que aporta para entender el presente. Alguien que nunca dijo nada y ahora lo dice todo. Alguien que siempre lo dijo todo y ahora no quiere decir nada.

Ninguna entrevista es igual a otra. Ni siquiera el mismo entrevistado/a es igual así mismo puesto en una u otra circunstancia. 

La entrevista es lo que va sucediendo durante la conversación. Luego viene la segunda etapa, igualmente fascinante: escribir, volver a escuchar, respetar el tono, las palabras, dejar que aparezca el otro y poner la noticia en primer plano.

Por eso cuando escucho que la entrevista es uno de los géneros periodísticos más fáciles, más cómodos, donde no se corren riesgos, reaparece esa frase de la Fallaci: “hay que dejar jirones del alma”.   

La entrevista es un ejercicio complejo. No es pregunta y respuesta y luego transcribir y despachar. Es ir hilvanando, amansando. Dejar madurar, pero siempre en la perspectiva de que es una pieza para ser publicada. No es un dialogo íntimo, aunque requiera de una cierta intimidad para abordar al otro/a.  

He tenido la buena suerte de transitar por el periodismo en sus distintos formatos, pero en todos la entrevista está presente como la herramienta más eficaz para llegar a puerto. Un puerto que no es más que entregar la mejor información posible.

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