Encierro y libertad de prensa

«Cada vez más, la gente se vuelca a las fuentes confiables, a la prensa de calidad».

Por Tamara Avetikian

A quién no le ha llegado más de una noticia falsa sobre el covid-19 por estos días. Circulan las informaciones más fantasiosas, teorías conspirativas y recetas fraudulentas para prevenir o sanar la enfermedad. Desde ese pobre profesor japonés, premio Nobel, Tasuko Honjo, al que le inventaron haber asegurado que el virus era de laboratorio. Hasta el Presidente Trump, que promueve tomar desinfectantes, y después se “saca el pillo” diciendo que era un sarcasmo.

Lo cierto es que, en estos días en que la gente busca desesperadamente información sobre la pandemia, los rumores, bien o mal intencionados, las fake news o derechamente mentirosas, provocan malestar, porque uno se ha sentido engañado, y aumentan la angustia de quienes ven la expansión de la enfermedad y su secuela de muertes, así como el efecto devastador en la economía y en la vida de las personas.

Es una realidad que el encierro ha hecho subir la audiencia de los medios tradicionales escritos y audiovisuales, así como el tráfico en las redes sociales. Pero, cada vez más, la gente se vuelca a las fuentes confiables, la prensa de calidad, para chequear la veracidad de lo que les llega por canales informales. Una encuesta encargada por la Asociación Nacional de Mujeres Periodistas mostró que los diarios, impresos y digitales, y la televisión, mejoraron su credibilidad en los últimos meses, mientras que Facebook y otras redes perdieron confianza.

Mientras, en Estados Unidos, el Pew Institute, un prestigioso think tank, realizó un sondeo entre el 20 y el 26 de abril, el cual reveló que el 87 por ciento de los encuestados (10.139 adultos de EE.UU.) sigue con atención todo lo relacionado con la pandemia, y lo hace por medios convencionales. Es interesante que el estudio señale que el 64 por ciento de los encuestados ha recibido noticias falsas, y que la mitad de ellos reconoce que le cuesta diferenciar entre la información verídica y la engañosa.

A más de alguien, aburrido de recibir tanta basura desinformativa, le darán ganas de controlar ese flujo que aumenta la inquietud de los ya estresados ciudadanos. Sin embargo, en este mundo dependiente de las comunicaciones, donde las libertades de prensa y de expresión se reconocen como pilares de la democracia, hay más riesgo en tratar de restringir los mensajes que en buscar la forma de desmentir a los propagadores de mentiras. Es en esos momentos cuando se valora la diversidad de fuentes, para contrastarlas y formarse el propio juicio.

La censura es un daño mayor. Claro que algunos gobernantes populistas autoritarios aprovechan estas circunstancias para apretar las clavijas de los opositores. En Hungría, se centralizó la información sobre el covid-19 y solo puede ser entregada por el gobierno. En Turquía, se suspendió por tres días un noticiario por criticar el manejo de la pandemia. En Rusia, se hizo una ley sobre fake news que sirvió para censurar reportajes sobre el sistema sanitario. En Venezuela, se ha detenido a periodistas por las mismas razones, y en otros lados se aplican sanciones abusivas.

Más vale, entonces, apretar los dientes y “deletear” los mensajes falsos que aceptar medidas punitivas supuestamente temporales, pero siempre dañinas para la democracia.

*Diario El Mercurio, 4 de mayo de 2020

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