Desde mi trinchera

Silvana Saldías Rosas
Periodista del Servicio de Salud Araucanía Sur

Si me hubieran dicho que la primera línea cambiaría las calles por hospitales y el foco de la noticia no sería la crisis social, sino que la crisis sanitaria mundial por COVID-19, habría pensado que era una ocurrencia descabellada de alguien con mucha imaginación, francamente un loco con ideas sacadas de uno de los guiones cinematográficos más aplaudidos en el último año.
Si me hubiesen dicho que elegir una fruta, abrazar a mis padres, tomar la mano de otra persona haría la diferencia entre la vida o la muerte; definitivamente hubiese pensado que algo así no sería posible, y hoy, me tiene escribiendo desde lo que me ha tocado vivir en esta pandemia y reflexionando sobre los valores más trascendentales que tenemos como seres humanos y sociedad.
Necesitamos que alguien nos oriente sobre lo que podremos hacer hoy o mañana; necesitamos que alguien nos explique cómo vivir en un mundo donde la pandemia nos encontró sin preparación, sin expertos y sin elementos para hacer frente a un enemigo indiferente al número de soldados, armas, dinero o poder.
Es ahí donde los periodistas entramos a jugar un rol clave para la ciudadanía que requiere de la información en una región como la nuestra que se ha visto tremendamente afectada, imponiendo el desafío a los profesionales de las comunicaciones a hacer un correcto trabajo en un país amante de los memes, asiduo a las fake news, la post verdad y donde, para muchos, la fuente de información es un mensaje de dudosa procedencia y sin confirmación.
Despierto muy temprano leyendo cada diario, medio electrónico y redes sociales, corroborando que lo que allí se dice sea cierto y no tenga que partir el día desmintiendo hechos o dando explicaciones. La necesidad de orientar a la población parece ser más urgente, a medida que se entregan nuevos datos llegando a saturar hasta el entendimiento del más letrado ciudadano.
A ratos me siento un poco derrotada ante esta voracidad de los medios de comunicación por tener la imagen del primer muerto, del primer familiar llorando, de la primera autoridad trastabillando y de la portada que permita vender mejor el producto que no es otro que la tragedia humana.
De a poco se van anestesiando nuestras conciencias mientras soy testigo, en primera persona, del incesante trabajo que hacen los equipos clínicos, directivos, administrativos y auxiliares de los establecimientos de salud, que luchan por mantener vivo a cada uno de sus pacientes que, internados en una cama común o conectados a un ventilador, dejan de ser una cifra y se transforman en un ser humano real, que podría ser tu padre, tu hermano, una hija o la persona que amas.
Cómo, desde mi humilde trinchera, le digo a un colega que lo importante no es saber si faltan mascarillas, ¡créanme que faltan no sólo en Chile, en el resto del mundo también!; sino que lo vital es reforzar la forma en que debemos cuidarnos y actuar ante este enemigo desconocido.
Cómo le explico al colega que es irrelevante si coincidimos en nuestros pensamientos, si somos partidarios u opositores a este gobierno, que la crítica construye cuando queremos aportar y no generar polémica, porque lo que hoy necesitamos es unidad, paradojalmente cuando no podemos estar juntos.

Y mientras pienso en esto, escribo un comunicado de prensa que pretende educar y tranquilizar a la población mostrando lo que se ha hecho, que no es poco aunque se piense o se informe lo contrario; leo los WhatsApp de quienes, al igual que yo, trabajan con la información y hago mi mejor esfuerzo por contestar a sus consultas; envío grabaciones de autoridades, médicos o especialistas y trato de cumplir con el teletrabajo, que además me tiene con mis hijos encima reclamando que no les doy tiempo suficiente, mientras en la olla espero que no se queme lo que intento cocinar y agradezco por tener ese alimento inexistente para otros.

Hago una pausa y solo respiro para continuar, porque hay trabajadores en los hospitales de La Araucanía que lo están pasando mal, arriesgando su vida por salvar la de otros; y sigo pensando que gracias a todas esas personas anónimas, podremos derrotar esta pandemia que nos ha enfrentado a nuestras peores miserias como sociedad, a nuestros egos, a nuestro afán de ser el foco de atención; pero que también nos ha dado la oportunidad de mostrar nuestros valores, volver a lo esencial, permitirnos ser generosos y ponernos al servicio de la comunidad.

Enfrentamos la catástrofe sanitaria más grave de nuestro tiempo y sin precedente alguno. No ha habido un manual que permita a los gobiernos resolver esto con lineamientos comunes en investigación sanitaria, salud pública o epidemiológica y, definitivamente, no son días para el protagonismo personal de nadie y en ningún ámbito.
Apelemos a la conciencia individual, al respeto de la vida ajena, mientras buscamos los consensos entre los pocos que tienen la suerte de estar reunidos y tratemos de mirar con cierto optimismo lo que ninguno se atreve a dar por seguro.

No soy nadie para dar cátedra, ni pretendo hacerlo; sólo una profesional más de las comunicaciones, en esta oportunidad desde lo institucional, que trata de hacer de la mejor manera posible su trabajo. Un ser humano dolorido, apenado y temeroso de lo incierto que, mientras escribe, sabe que ha muerto alguien de coronavirus, sabe que hay gente sufriendo y sabe que hay un funcionario de la salud extrañando a su familia por no permitir que, en su trinchera, en una solitaria cama de hospital, un paciente de su último respiro.

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